miércoles, 16 de mayo de 2007

la viajera


(…) mi padre solía decir que no creía en el arte. Creía en los
artistas. Y evidentemente, se consideraba uno de ellos. Siendo
un niño me acostumbré rápidamente a pasar largas horas
viajando con la imaginación y llegué a plantearme si realmente
existía el viaje, o si simplemente cabía hablar de viajero. (…) El
invierno no era, desde luego, mi estación favorita. Frío y poco
dado a las sorpresas, llenaba Richmond vacío. Por eso, cuando
el hermano mayor de mi padre enfermó y mi prima Ingrid se
instaló en casa me lo tomé como un anticipo de las vacaciones.
Para mi, aquella situación no era más que un regalo. La
oportunidad de que algo sucediera. Cualquier novedad era algo
bueno, y para mi, aquello era lo mejor que podía haber pasado.
Una persona más en la mesa. Alguien con quien jugar e incluso
enfadarme. Un soplo de aire fresco. A partir de su llegada,
cualquier cosa que hiciera, aunque la hubiera hecho mil veces,
adquiría categoría de novedad y iba a resultar excitante.

Aunque yo tenía 12 años y ella poco más de seis, hablábamos el
mismo lenguaje. Era una niña tímida y callada, pero por alguna
razón hallaba en mi al cómplice perfecto. Aunque no
mantuviéramos largas conversaciones, siempre permanecía a mi
lado y me observaba con candidez. Pronto se convirtió en mi
sombra, y llegué a pensar que jamás la perdería.(…) Como todos
los terceros domingos de cada mes de Agosto, la feria llegó a
Richmond. Aquello no era Disneylandia pero bastaba para
mantener en vilo a toda la ciudad durante un par de días. La
gente sonreía más de lo corriente y las calles olían a algodón
dulce. A la salida de la iglesia, mi madre nos llevó.

He bizqueado siempre con mi ojo derecho, pero tengo buena
puntería y me encanta disparar. Me empeñé en conseguir un
collar de perlas falsas para mi madre, que cada vez tenía más
tiempo para los demás y menos para ella. No resultó muy
complicado y cuando me acerque a ella con la baratija me
abrazó, aunque fue un abrazo corto. Me soltó con brusquedad.
Ingrid ya no estaba con nosotros. No puedo decir que me
angustiara. Ni siquiera pensé que pudiera pasarle nada. Era
demasiado joven para sentir esa clase de sentimientos. La
inconsciencia es una gran armadura y siendo niño yo estaba
muy bien protegido. Tan solo traté de no caer al suelo por los
bandazos que iba dando mi madre. Intentaba parecer tranquila,
pero vi en los ojos de mi madre una mirada que nunca antes
había visto y que no podía comprender. Pero no me gustó.
Cambiaba sin sentido el rumbo de aquel viaje que hubiera
deseado no hacer nunca. Apretaba con fuerza la mandíbula, y
también mi mano.

Al poco apareció Ingrid. Sonriendo. Ausente y ajena a aquel
instante extraño, incomodo y novedoso que acababa de
suceder. Mi madre me soltó la mano. La abrazó con fuerza y
rompió a llorar. Ingrid no entendió lo que sucedía pero cruzó su
mirada con la mía por encima del hombro de mi madre. Estaba
sonriendo, y sin abandonar aquel abrazo agitó con su manita
una fotografía. (…)

2 comentarios:

how does it feel dijo...

La capacidad de crear puentes con el lector, es para mi lo que define un texto... Me estoy emocionando Raymond. Mi madre celebra cada año el día que me fugué de casa por primera vez. Lo celebra porqué luego me encontró. 3 años recién cumplidos. Y solo sabía repetir, vivo en la casa nueva... en la casa nueva...

Facing the white dijo...

no us puc seguir el ritme....d'on treieu el temps per escriure tant???? joder joder, quina pressio.......... :)))