lunes, 30 de abril de 2007

aqui, un amigo



(…) apretaba las cejas con picardía, alzaba la vista lentamente y mostraba sus dientes con una sonrisa maliciosa. Cuando Ralph repetía estos tres movimientos, y debía ser en este mismo orden, yo sabía íbamos a vivir algo especial. Como cuando cruzamos remando el lago Loranc. Tardamos un día entero. Pasamos hambre, sed y remamos hasta no poder más. Y lo hicimos sólo para comprobar si era posible ir hasta la casa del viejo Sam y volver en un mismo día. Al llegar a casa tuve que dar muchas explicaciones. Por haber cogido el destartalado bote de mi abuelo sin permiso. Por haber puesto en peligro mi vida y la de mi prima Ingrid, que además estaba resfriada. Por no haber ido a la escuela. Y, por encima de todo, por ser amigo de Ralph. No me importó. Yo sabía que por un día había vivido como en una novela de Mark Twain. Y a fin de cuentas, aquellas aventuras eran las que nos obligaban a leer en la escuela.
Aunque para ser fieles a la realidad, nada de todo aquello habría sucedido sin mi Huckelberry particular. (…)

Nos encontramos en el mismo pupitre el primer día de clase del primer curso escolar. Y no volvimos a separarnos hasta que abandoné Richmond para ir a la universidad.
Ralph era demasiado mayor para su edad. Y sabía que en cuanto creciera, iba a ser siempre demasiado immaduro. Se resistía a crecer. Con la edad, su reinado iba a menguar cada vez más hasta desaparecer incluso en el recuerdo. De todas las personas que he conocido a lo largo de mi vida, posiblemente ninguna habrá disfrutado del día a día como él. Siempre hizo las cosas por el simple placer de hacerlas, para demostrarse a diario que a diferencia de la gran mayoría de la gente, él si que podía vivir cuando quisiera todo cuanto quisiera.

Siempre supo que no iba a moverse jamás de Richmond y que los mejores años de su vida iban a ser aquellos. Tardé varios años en volver a casa. Y jamás volví a saber de Ralph. Suelo preguntarme a menudo qué debió ser de aquellas cejas, aquellos ojos y aquella sonrisa. Me apena pensar que jamás volvieron a vivir tiempos tan felices como aquellos. Aunque me reconforta pensar que Ralph lo sabía y que disfrutó de aquel momento mientras duró.

- en la foto, Ralph y mi prima Ingrid -

jueves, 26 de abril de 2007

Vacaciones en Everett


(…) aquellos veranos se sucedían sin que sospechara que no iban a durar para siempre. Cada año, mi padre me llevaba a Europa. En verano solía actuar allí, y yo no tenía escuela, así que aprovechaba para pasar unos días conmigo. Una semana antes del viaje, yo acompañaba a mi madre para pasar unos días en Everett. Mucho antes de que Everett, debido a mi propio crecimiento, me pareciera cada vez más pequeño. Íbamos a casa de mi tía Susan y su amiga Lisa. Eran muy simpáticas. Pasábamos medio día de viaje antes de llegar. Mi madre y yo apenas cruzábamos palabra, pero la excursión valía la pena. A parte del viaje con mi padre, aquella era la mejor semana del año. Me encantaba como cocinaba Susan. Y nunca entendí porqué no se había casado. Todo lo que veía en ella eran virtudes, empezando por aquella deliciosa mermelada de zarzamoras. En aquellas fechas solíamos coincidir con el campeonato estatal en la bolera. Susan, Lisa y tres amigas solían participar cada año y, aunque nunca habían ganado, cada año lo pasábamos en grande. El último verano que pasé en Everett, sonaba sin parar Rock around the clock, de Bill Halley & The Comets. Yo fui el fotógrafo oficial. Ellas, no lograron pasar la primera ronda. Todos reímos por útima vez en Everett (…)
Lisa y Susan - abajo, empezando por la izquierda-